jueves, 29 de diciembre de 2011

Análisis literario del poema Lo fatal, de Rubén Darío

Análisis literario del poema Lo fatal, de Rubén Darío

Por Jhon Monsalve
Fotografía de Flor Garduño
Cisne: símbolo del Modernismo, de la belleza y de la elocuencia


Rubén Darío es el poeta maldito de América. Es el padre del Modernismo. El modernismo entendido como el ansia de plenitud y de perfección que conserva características de los movimientos europeos, del simbolismo y del parnasianismo. Características generales: El logro de efectos rítmicos, logro simbolista, como en el poema A margarita Debayle, de Rubén Darío:

Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar:
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento.

Y los valores sensoriales, valores parnasianistas, como en el poema objeto de nuestro análisis, o la perfección formal, también parnasianista, demostrada en el poema Yo persigo una forma, del mismo autor:

YO PERSIGO UNA FORMA

Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,
botón de pensamiento que busca ser la rosa;
se anuncia con un beso que en mis labios se posa
al abrazo imposible de la Venus de Milo.

Adornan verdes palmas el blanco peristilo;
los astros me han predicho la visión de la Diosa;
y en mi alma reposa la luz como reposa
el ave de la luna sobre un lago tranquilo.

Y no hallo sino la palabra que huye,
la iniciación melódica que de la flauta fluye
y la barca del sueño que en el espacio boga;

y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,
el sollozo continuo del chorro de la fuente
y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.

Como a modo de introducción al análisis del poema Lo fatal, pongo las principales características del Modernismo:

1.      La evocación de épocas pasadas y mejores (Todo tiempo pasado fue mejor: Jorge Manrique) o de mejores espacios. Esto con el fin de huir de la realidad cotidiana.

2.      Las variaciones de los modelos métricos. Ya veremos que Lo fatal es ejemplo de ello.

3.      El autor como guía que enseña los valores verdaderos.

4.      El asco a la vida y una inmensa tristeza, acompañada de angustia y de melancolía.

Partiendo de esto, analicemos el poema Lo fatal. Helo aquí:

LO FATAL

A René Pérez.

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésta ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos...!

En cuanto a la estructura:

Es un soneto. El soneto es un poema de cuatro estrofas: dos de cuatro versos y dos más de tres. El modernismo abre la posibilidad de hacer un pare de la métrica clásica. Rubén Darío, aunque mantiene los cuartetos, no respeta el conteo silábico, ni el número de versos de la última estrofa. Esto da la impresión de que no fuera un soneto, sino un poema compuesto de tres estrofas: dos de cuatro versos, y una de cinco.

Hagamos la prueba. Tomemos el siguiente verso: y el temor de haber sido y un futuro terror... Sin licencias métricas el verso tiene 17 sílabas (a los versos agudos se les suma una sílaba de más). Con licencias métricas el verso consta de 13 sílabas. Ya vemos que tal discordancia se entiende por las características del movimiento literario.

En cuanto a lo que narra y a lo que significa:

Habla de la muerte. Habla de la vida. Las contrapone. Es el grito del deseo de la muerte y el miedo a morir. El yo poético toma como dichosa la piedra por no sentir, pues no hay más martirio, más pesadumbre, que ser conscientes de la vida, del sentimiento de vivir. Podría tomarse como un poema existencialista, pero entendido dentro de las características del movimiento literario: El asco a la vida y una inmensa tristeza, acompañada de angustia y de melancolía.

Es también el sufrimiento de la vida y el mal que hace pensar en la muerte. La preocupación de que pronto todo va acabar, y ojalá acabe, pero ojalá no porque da miedo. Sufrir por lo desconocido. El miedo viene de ahí: de lo desconocido, de donde también viene el sufrimiento. Y la proximidad de la muerte, y el no querer morir por miedo, y el querer morir por hastío. Y por último la oposición más clara: la incertidumbre de no saber a dónde vamos y lo inexplicable de saber de dónde vinimos.

El Modernismo tiene muchas más características, que, para este análisis no eran imprescindibles. Sin embargo, gran parte del movimiento literario se sintetiza aquí, en este poema: En Lo fatal, lo fatal del tiempo y de la perspectiva de vida del hombre americano de finales del siglo XIX.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Un apunte sobre Sábato y Kafka: un apunte donde cabe Colombia

Un apunte sobre Sábato y Kafka: un apunte donde cabe Colombia

Por Jhon Monsalve

Kafka murió hace casi un siglo. Sábato, hace unos años. Kafka escribió tres grandes novelas: El proceso, El castillo y América, y La metamorfosis, claro está, un poco corta, su obra más leída. Sábato, tres también: Sobre héroes y Tumbas, El túnel y Abaddón el exterminador, y La resistencia, uno de sus ensayos más leídos. Kafka escribió cuento corto. Sábato, ensayos. Se encuentran algunas ideas marxistas en El castillo y en El proceso; el marxismo es tocado por Sábato en Sobre Héroes y Tumbas, y representado por Molinari desde su punto de vista burgués y capitalista. Tal vez sean muchas las coincidencias entre estos escritores y entre otros tantos, otros muchos, otros todos, pero hay algo que a Kafka y a Sábato los une de por vida: un minicuento y una idea.



Este artículo es muy subjetivo. La persona que se considere seria en asuntos literarios no debería leerlo para no llevarse una mala impresión de este blog. Hay muchos textos más interesantes, sin duda alguna. Y ya advertidos, pues continúo: Kafka escribió muchos cuentos cortos, uno que otro que tomó como fábula. Sábato escribió La resistencia, un texto que trata del ideal de vida del humano en estos tiempos. El hombre debe resistir a los cambios, debe tratar de mantener la humanidad, entendida como antaño. La televisión, argumenta Sábato, ha alejado al hombre del hombre. La comunión no debe olvidarse, como se está olvidando con el pasar del tiempo. El siguiente cuento de Kafka es ese ideal del hombre.



EL PASEO REPENTINO

"Cuando por la noche uno parece haberse decidido terminantemente a quedarse en casa; se ha puesto una bata; después de la cena se ha sentado a la mesa iluminada, dispuesto a hacer aquel trabajo o a jugar aquel juego luego de terminado el cual habitualmente uno se va a dormir; cuando afuera el tiempo es tan malo que lo más natural es quedarse en casa; cuando uno ya ha pasado tan largo rato sentado tranquilo a la mesa que irse provocaría el asombro de todos; cuando ya la escalera está oscura y la puerta de calle trancada; y cuando entonces uno, a pesar de todo esto, presa de una repentina desazón, se cambia la bata; aparece en seguida vestido de calle; explica que tiene que salir, y además lo hace después de despedirse rápidamente; cuando uno cree haber dado a entender mayor o menor disgusto de acuerdo con la celeridad con que ha cerrado la casa dando un portazo; cuando en la calle uno se rencuentra, dueño de miembros que responden con una especial movilidad a esta libertad ya inesperada que uno les ha conseguido; cuando mediante esta sola decisión uno siente concentrada en sí toda la capacidad determinativa; cuando uno, otorgando al hecho una mayor importancia que la habitual, se da cuenta de que tiene más fuerza para provocar y soportar el más rápido cambio que necesidad de hacerlo, y cuando uno va así corriendo por las largas calles, entonces uno, por esa noche, se ha separado completamente de su familia, que se va escurriendo hacia la insustancialidad, mientras uno, completamente denso, negro de tan preciso, golpeándose los muslos por detrás, se yergue en su verdadera estatura.

Todo esto se intensifica aún más si a estas altas horas de la noche uno se dirige a casa de un amigo para saber cómo le va."

El cuento relata la historia de un hombre que sin saber por qué, después de llegar del trabajo, se cambia como por inercia, y sale, entre las sombras de la noche, a preguntarle a un amigo cómo le va. Ese es el hombre que propone Sábato, un hombre que no piense solamente en él, que se dé cuenta de que hay un mundo fuera, experiencias fuera, amor afuera. Tal vez en este tiempo quede un poco más difícil pues el computador y el BlackBerry hacen que nos olvidemos del otro, aunque pensemos que todo el tiempo estamos en contacto con él. Este cuento tal vez ya esté fuera de contexto, pero hay una cosa importante: lo que propone Sábato tal vez sea contraproducente: el hombre salió a preguntar eso a su amigo y se olvidó de los que estaban en casa.

En este país, y tal vez en cualquiera, nunca podrá llegarse a lo que Sábato propone y anhela. Porque el ideal del hombre es estar en la menor compañía posible. Y más en Colombia.

Ya bien lo dijo William Ospina: el problema de los colombianos es que no sabemos compartir, es que somos individualistas, es que solo pensamos en nuestro beneficio. Con una idea tan cierta jamás se logrará una revolución del pueblo, una salida de esas soñadas por los socialistas y comunistas. En Colombia no se puede porque el analfabetismo se ha apoderado hasta de los universitarios. En Colombia no se logrará el ideal del hombre propuesto por Sábato, porque siempre pasará lo del cuento de Kafka: el individualismo muchas veces se hace en compañía y las buenas acciones estarán siempre en cualquier persona por mala que sea. Colombia es un país de individuales, de personas que argumentan que si salieron adelante no fue por milagro sino por pensar solo en ellos. Colombia es un país donde sobran las buenas acciones por el lado positivo de la máscara.

Colombia es un país de ignorantes apoyados por el Gobierno Nacional. Con razón la educación es tan mala: les conviene que nadie piense, que se eduquen en informática para que dejen a un lado la parte social. Un día se acabarán las  ideas y el país será un caos. Y el pueblo para sobrevivir no le quedará más salida que jugar al mismo juego de siempre: la limosna, la envidia y el individualismo.

Kafka parece tener más razón que Sábato. Por lo menos no sueña tanto.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Los orígenes de los pitufos

Tras los orígenes de los pitufos

El comienzo de una pitufibúsqueda literaria y lingüística

Por Jhon Monsalve

Para hablar de Los Pitufos hay que empezar por Patufet. Yo sé que muchos de ustedes jamás habían oído ese nombre; tranquilos, no es ningún personaje nuevo que aparecerá en la próxima película y que al fin se comerá a los petits tulins, es simplemente el pequeño personaje  que prestó su nombre a los Pitufos para hacerlos reconocidos en España y en América. Confieso: Yo nunca, hasta hace poco, había visto por lo menos un capítulo de los duendecillos azules, pero el hecho de que, de una u otra forma, devengan de una obra literaria los hace interesantes para mí. Porque aunque no lo crean, los pitufos se llaman así gracias a la semejanza encontrada por el traductor español con un cuento catalán, Patufet, también famoso.
Patufet es él:



Un niño tan pequeño que debía cantar a toda hora, como una especie de aviso, para que la gente no lo pisara. Al español se tradujo su nombre como Garbancito. Con la siguiente de sus canciones se podría resumir el cuento:

“¡Pachín, pachán, pachón,

Mucho cuidado con lo que hacéis!
¡Pachín, pachán, pachón,
a Garbancito no piséis!”

Pero, ¿quién fue el traductor? Miguel Agustí fue el primero que, en 1969, publicó, en su revista, la historieta de los pitufos bajo ese nombre, basándose en el niño Patufet. Fonética y gráficamente los nombres se parecen, y el tamaño de los personajes concuerda perfectamente.

¿Pero así también se llaman en su lengua original? Los pitufos fueron creados por Peyo cerca de 1958, en Bélgica. En ese país hablan francés. Si se hiciera una asimilación, en francés los dibujitos azules debieron llamarse Les Pitufes ou Les Pituphes. Pero no. En francés se llaman Les Schtroumpfs. Ya explicaré por qué.

Como bien se ve, la palabra es de cualquier idioma menos del francés. Generalmente, en el francés hay más vocales que consonantes. Esa palabra nace de una forma extraña. Todos en algún momento de la vida hemos tenido la necesidad de llamar una cosa, cuyo nombre no recordamos, de la forma más general (y a veces, más rara) posible. Muchas veces olvidamos palabras que denominan un objeto, y al objeto lo volvemos una cosa o un bicho, o una vaina, o lo que sea, que en ese momento pueda remplazar a lo que hemos olvidado. Pues de esta manera, nació el nombre de los Pitufos en francés: Les Schtroumpfs.

En 1957 Peyo, el creador de Los pitufos, comía junto a Franquin, uno de sus colegas, famoso por la creación de historietas como Spirou et Fantasio o Gastón. Hablaban de sus últimas creaciones, y en un momento, Peyo pidió a su colega que le alcanzara el salero (Salière), pero olvidó la palabra, y dijo: "veux-tu me passer la… heu… le …heu le schtroumpf ?", que significa: Podrías pasarme el… el… el… Schcalcetín? Claro está que Troumpf es calcetín no en francés sino en alemán. Seis meses después, hizo uso de la palabra  inventada de aquella vez para nombrar a los duendes azules de su nuevo proyecto.

De la misma manera que en español se adaptó el nombre a un contexto lógico, en otros idiomas pasó lo mismo. Pongo a continuación el nombre de Los Pitufos en 12 lenguas distintas, y dejo para los curiosos la consulta del origen de tales adaptaciones:

Africano: SMURFIE
Alemán : SCHLUMPFE
Inglés : SMURF
Brasileño : STRUNF
Catalán : BARRUFET
Coreano : SMURFIE
Chino : LAN-SHIN-LING
Danés : SMÏLF
Español : PITUFO
Finlandés : SMURFII
Francés : SCHTROUMPF
Griego : STRUMPF

De esta manera, damos fin a nuestra búsqueda (muy rápida, obvio es) del origen literario y lingüístico de los pitufos. Pero antes de terminar, debo especificar algo más: ¿cómo habrá sido de acogida la innovación de las palabras inventadas en lenguaje pitufo? Pues a mí no me pasa. Nunca pitufeo como mi sobrina, que, en este momento, me dice que por qué no dejo el pituficomputador y me voy con ella a comerme una pitufiempanada con pitufiají, en compañía de nuestra pitufifamilia.


La navidad que no se ve: algunas reflexiones en estas fechas

La navidad que no se ve: algunas reflexiones en estas fechas

Por Jhon Monsalve



Creciendo en gracia es una de las religiones más mentadas en estos tiempos. Millones de mexicanos esperan que dentro de unos 400 días su pastor se vuelva Cristo. El pastor Miranda se está llenando de plata, como pude llenarme de plata yo si hubiese seguido con el sueño de mi padre: quería que yo fuera pastor.


De niño me gustaba el fútbol. Jugaba todos los días en la cancha de tierra de aquel barrio que nadie conoce, donde hace unos 5 años se fue a botes un bus de Transcolombia,y mató como a nueve, dejó paralíticos como a cuatro, y con daños sicológicos a todo el barrio. Al otro día nadie quiso subirse al bus. Dos días después, se arriesgaron: para coger el otro bus había que caminar poco más de un kilómetro, y ya saben que la pereza convive con la pobreza.



En el Pablón llegué a ser conocido como el Niño Pastor: un niño grosero en la calle, apenado de la religión de sus padres, con pensamientos algo revolucionarios, que, sin embargo, predicaba, por darle gusto a su padre, en la iglesia más vacía del barrio, y que después no lo fue tanto: cuando yo predicaba se llenaba el lugar de forma tal que las personas que quedaban en la calle por no llegar temprano se empinaban a lo lejos para poder verme. Esa es la fe que nos mueve: la fe del morbo, del chisme. Eso no es fe: la Fe es la certeza de lo que se espera, el único Dios que, en verdad, no se ve.


La Fe es algo abstracto. La Fe es Dios. Las cosas se cumplen por Fe, no por Jehová, ni por Mahoma, ni por Buda. Las cosas se cumplen por Fe. Eso lo entendí a mis catorce años cuando decidí no seguir dándole gusto a mi padre, que llegó a contarle a todo el mundo, tal vez ustedes oyeron (Ah, no: se me olvidaba que aquel barrio nadie lo recuerda, nadie sabe dónde queda: eso es al norte, donde la gente en vez de leer a Gabo, lee a Cuauhtémoc o a Coelho. Allá donde se visten como gamines. Allá donde la gente huele a pobreza. Allá donde los parias esperan diciembre para por fin estrenar. Allá donde muchas veces ni eso se cumple. Allá donde hace menos de una semana se quemaron cuatro casas, y nadie respondió porque quién los manda a robarse la luz. Allá donde crecí orgullosamente, con mis amigos, vecinos, y gente buena, entre tanta gente mala. Allá fue donde sucedió mi infancia y mi juventud), que yo era el mejor pastor del mundo, el que predicaba como Cristo: tenía yo once años.

Y me rebelé un día. Confieso que si predicaba lo hacía de una manera tan expositiva que parecía una clase de esas que daba yo en el colegio en Octavo, cuando la maestra de español me daba el privilegio de dar la clase porque, según ella, estaba enferma. Yo me ponía muy contento porque podía explicar cuál era la diferencia entre un modo verbal y otro, entre un pretérito pluscuamperfecto y otro. En fin, así tomaba la predicación: como una clase más, pero que me aburría inmensamente. Los verbos son otra cosa: son la vida de la lengua. Paradoja: en el principio el verbo era Dios…




Mi papá empezó a creer que el demonio se había apoderado de mí. No era el demonio; era la razón: Kant, la Ilustración. Al final, se resignó, y empezó a orar por mí, y aún lo hace, para que algún día yo vuelva a la iglesia, para que pueda morir feliz diciendo que su hijo es pastor. Confieso que de haber sido pastor, habría sido como Miranda, que en Creciendo en gracia se volvió millonario.

Por la misma creencia religiosa jamás fui a una novena navideña, y menos mal: no hay nada más penoso que eso: compartir la idiotez del mundo, compartir el mismo dios erróneo, cuando el único Dios es la Fe. ¿Si Dios se vuelve niño en diciembre, entonces quién murió en la cruz en Semana Santa? ¿Dios es el mismo Jesús? Si es así, ¿el filioque dónde queda? Yo leí un día gran parte (no todo) de los evangelios (la Biblia la estoy leyendo en orden, voy en Lamentaciones. Ya leí los mejores libros: Job, Eclesiastés y El Cantar de los Cantares. Algún día, en otro texto, explicaré por qué resumen la Biblia y por qué hay que leerlos) y me di cuenta de que la palomita bajó a los hombros de Jesucristo cuando lo bautizó Juan Bautista (¿el mismo Elías? ¡Oh, Fe bendita, tantas cosas por decir!): son dos, sine doubio, y tres con Dios, Yahvé, el Todopoderoso, el que Es el que Es.

Ya sé: eso hace parte de la cultura, y de la estupidez también. El niño Dios debería ser el niño Jesús, pues Dios es el padre. Jesús no debería ser niño otra vez, pues ya nació, por su culpa mataron a un montón de niños inocentes (acción que culturalmente se ha convertido en burlas y bromas: el Día de los Inocentes es el día que se conmemora la muerte de los que dieron la vida por Cristo: ¿no habría sido justo que empezara dando la vida por ellos?), luego creció, le salieron pelos en el pubis, en las axilas, en el ano. Se desapareció descaradamente durante 18 años y no se supo si folló algún día, si peleó con su mamá, si golpeó a alguien: a María después de los treinta la trató muy mal: ¡Y eso qué tiene qué ver conmigo, mamá?, le contestó cuando ella le dijo que el vino se había acabado, en las Bodas de Caná. ¿Quién se casaba ese día? ¿Qué respuesta era esa? Si destruyó el templo, ¿no le pegaría algún día a algún niño por estar diciendo groserías, que posiblemente él también decía?

Jesús es todo un enigma. Según Mahoma, y otros por ahí, piensan que el Hijo de Dios descendió sobre Jesús el día del bautismo (¿de Juan o de Elías? Parece que al segundo se lo llevó un torbellino, y rencarnó en el primero) y que antes era un simple humano. Por eso se entiende, argumentan ellos, que Jesús haya gritado Dios Mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Sea como sea, Jesús murió en la cruz. No es ningún niño ubicado en las raíces, o en el infierno, del árbol: la copa del árbol representa la gloria; las raíces, el infierno. (Aunque la Iglesia luego hubiese inventado que el árbol es símbolo del perdón de Dios: con un árbol pecó el hombre y con un árbol Dios lo perdona: es un pino porque es un triángulo. Un triángulo tiene tres vértices: Dios, monstruo de tres cabezas) Jesús es el hijo del Dios que no existe. Es una imagen, un pecado: No hay que hacer imágenes en representación de lo que haya en la tierra o en el cielo, dice el mandamiento.

¡Y ni hablar de los villancicos! Jesús nació en Belén y no cerquita de Belén, como dice el estribillo. ¿Que la virgen tiene los cabellos de oro?: eso se llama europeizar una imagen. ¿Qué los peces beben en el río? Eso es como decir que el humano respira por la nariz. Bueno, en fin, en otra ocasión, escribiré al respecto. Por el momento, los dejo con la palabra de Dios (¿o de Jesús?): No crean que he venido a traer paz a la tierra (dice Jesús). No vine a traer paz sino espada. Si continuamos leyendo los siguientes versículos, es obvio que lo menos que Dios (o Jesús o la paloma) quiere es que la familia se reúna en navidad: Porque he venido a poner en conflicto al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra; los enemigos de cada cual serán los de su propia familia.

Jhon Monsalve

viernes, 16 de diciembre de 2011

Propuesta para el profesor Camilo Jiménez

Comentarios sueltos sobre Redacción:
Una especie de propuesta para el profesor Jiménez
Basado en la carta de renuncia de Camilo Jiménez,
profesor de La Universidad Javeriana (Documento adjunto)

Redactar no es cosa fácil. Cuando escribimos, debemos tener en cuenta muchas cosas. Hay comas correctas que muchos no aceptan, hay oraciones bien formadas que quedarían, sin embargo, mejor si se escribieran de otra forma. Pedir una redacción perfecta, posiblemente, daña el estilo del que escribe. Lo que buscamos, muchas veces sin darnos cuenta, es crear escritores con nuestro estilo, con nuestros malos usos de la lengua. Hay que tener claro que si enseñamos a redactar, enseñamos no nuestro modo de escribir, sino el estándar de redacción, basado en los estudios de la Academia: ortografía, comas, puntos, conectores, hipérbatos, anacolutos, modalización del discurso, usos inadecuados.

Hablar de redacción no es fácil, y mucho menos sin argumentos de autoridad. En la universidad tampoco se aprende a escribir. La educación va de mal en peor. Se supone que en la escuela se aprende lo básico de la escritura: la codificación de signos y su imitación. Y no se sale de ahí: llegamos al bachillerato sabiendo leer y escribir, pero en realidad lo único que sabemos es remedar las letras del libro, leer pausadamente un aviso y echarnos a pensar en cómo aprovechar la juventud con el obstáculo de asistir al colegio. Nos empezamos a interesar más por los videojuegos, por el chat, por los amigos nuevos, por las amistades malas, por la desobediencia. Nos empezamos a interesar más por el sexo, por la moda, por la rumba. Y nos olvidamos del resto, de lo que después llamamos Importante.

Entonces la educación no es la única que va de mal en peor, sino también la humanidad, influenciada por la mala televisión, por el ocio, por el vicio, por la mala música, por el olvido, maldito olvido, de las cosas buenas de antaño. Entonces buscamos culpables en el sistema, como lo dice el profesor Camilo Jiménez. Buscamos a quién echarle la culpa. El problema hay que verlo, profesor Jiménez, con ojos de educador, y no con ojos de periodista que da clases.

No se trata de buscar culpables, más bien de aceptar que la redacción no es tarea de un semestre, no es una materia de cuatro créditos, no es un tedioso poema que se aprende de memoria y sin comprensión alguna. La redacción es una necesidad de la vida profesional, una habilidad que se aprende con la práctica, con la guía, con la conciencia de que es mucho más que un requisito para graduarse.

En la universidad tampoco se aprende a escribir. Se hace el simulacro en los Talleres de Lenguaje, pero no se aprende a escribir. Lo importante es el Cálculo, la Química, la Física. En la universidad los profesores no miran la escritura porque tampoco saben de escritura. O peor: a veces corrigen sin saber, bajan nota sin saber, critican sin saber, se burlan sin saber, enseñan ortografía y redacción sin saber. Aclaro: se salvan algunos estudiantes y profesores: sobre todo (aunque no siempre) los de Humanidades. Lastimosamente eso se ha ido perdiendo: la cuestión de la redacción se la dejan a los de Idiomas, los de Idiomas se la dejan a los de Español, los de Español se la dejan a los colegas que sí estudian y sí se comprometen con su profesión, con su servicio al país. Ni siquiera los profesores de Humanidades son capaces de comprometerse, son muy pocos los que tienen en su casa La Nueva Ortografía o La Nueva Gramática, son muy pocos los que se interesan: ¡y así queremos que nuestros estudiantes escriban bien, que pongan bien la tilde, que se comprometan como académicos!

La redacción no es tarea de cuatro meses. Es un proceso que debería iniciar en la escuela. No podemos enseñar a redactar en un semestre: yo llevo más de ocho años tratando de escribir bien, y aún me queda difícil. Entiendo que los estudiantes de Comunicación Social se van a ganar la vida escribiendo. Comprendo también que ellos no saben escribir y no aprenderán en un año o en dos, para encargarse, por ejemplo, de la redacción de un periódico. La solución no es dejarlo todo, profesor Jiménez. La solución es volver a un aula de clase de Escuela Primaria y empezar a cambiar lo que usted y muchos profesores universitarios quieren: la escritura imitadora como simple requisito para pasar un año.
Profesor renuncia a su cátedra porque sus alumnos no escriben bien1

Camilo Jiménez, periodista y profesor de Comunicación Social de la Javeriana, renunció a su cátedra.

Un párrafo sin errores. No se trataba de resolver un acertijo, de componer una pieza que pudiera pasar por literaria o de encontrar razones para defender un argumento resbaloso. No. Se trataba de condensar un texto de mayor extensión, es decir, un resumen, un resumen de un párrafo, en el que cada frase dijera algo significativo sobre el texto original, en el que se atendieran los más básicos mandatos del lenguaje escrito -ortografía, sintaxis- y se cuidaran las mínimas normas: claridad, economía, pertinencia. Si tenía ritmo y originalidad, mejor, pero no era una condición. Era solo componer un resumen de un párrafo sin errores vistosos. Y no pudieron.

No voy a generalizar. De 30, tres se acercaron y dos más hicieron su mejor esfuerzo. Veinticinco muchachos en sus 20 años no pudieron, en cuatro meses, escribir el resumen de una obra en un párrafo atildado, entregarlo en el plazo pactado y usar un número de palabras limitado, que varió de un ejercicio a otro. Estudiantes de Comunicación Social entre su tercer y su octavo semestre, que estudiaron doce años en colegios privados. Es probable que entre cinco y diez de ellos hubieran ido de intercambio a otro país, y que otros más conocieran una cultura distinta a la suya en algún viaje de vacaciones con la familia. Son hijos de ejecutivos que están por los 40 y los 50, que tienen buenos trabajos, educación universitaria. Muchos, posgraduados. En casa siempre hubo un computador; puedo apostar a que al menos 20 de esos estudiantes tiene banda ancha, y que la tele de casa pasa encendida más tiempo en canales por cable que en señal abierta. Tomaron más Milo que aguadepanela, comieron más lomo y ensalada que arroz con huevo. Ustedes saben a qué me refiero.

Por supuesto que he considerado mis dubitaciones, mis debilidades. No me he sintonizado con los tiempos que corren. Mis clases no tienen presentaciones de Power Point ni películas; a lo más, vemos una o dos en todo el semestre. Quizá, ya no es una manera válida saber qué es una crónica leyendo crónicas, y debo más bien proyectarles una presentación con frases en mayúsculas que indiquen qué es una crónica y en cuántas partes se divide. Mostrarles la película Capote en lugar de hacer que lean A sangre fría. Quizá, no debí insistir tanto en la brevedad, en la economía, en la puntualidad. No pedirles un escrito de cien palabras, sino de tres cuartillas, mínimo. Que lo entregaran el lunes, o el miércoles.

De esas limitaciones y dubitaciones, quizá, vengan las pocas y tibias preguntas de mis estudiantes este último semestre, sus silencios, su absoluta ausencia de curiosidad y de crítica. De ahí, quizá, vengan sus párrafos aguados, con errores e imprecisiones, inútilmente enrevesados, con frases cojas, desgreñadas. Esos párrafos vacilantes, grises, que me entregaron durante todo el semestre. Pareciera que estoy describiendo a un grupo de zombis. Quizá, eso es lo que son. Los párrafos, quiero decir.

El curso se llama Evaluación de Textos de No Ficción y pertenece a la línea de Producción Editorial y Multimedial de la carrera de Comunicación Social de la Universidad Javeriana. En cuanto a lecturas, siempre propuse piezas ejemplares en los géneros más notorios de la no ficción: crónica, perfil, ensayo, memorias y testimonios. A partir de clásicos nacionales y extranjeros, los estudiantes componían escritos como los que debe elaborar un editor durante su ejercicio profesional. Primero, un resumen: todos los textos de los editores son breves, o deberían serlo -contracubiertas, textos de catálogo, solapas, etcétera-. Una vez que la mayoría hubiera conseguido un resumen pertinente y económico, pasábamos a escritos más complejos: notas de prensa y contracubiertas, para terminar con un informe editorial o una reseña.

En el centro de todo el programa estaban la participación y la escritura de textos breves a partir de otro texto mayor. Insistí siempre en la participación en clase para fomentar actividades que noto algo empañadas en la actualidad: la escucha atenta, la elaboración de razones y argumentos, oír lo que uno mismo dice y lo que dice el otro en una conversación.

El otro concepto transversal, la economía lingüística, buscaba mostrarles la importancia de honrar la prosa. Si uno en 100 palabras debe sintetizar un libro de 200 páginas, debe cuidar cada palabra, cada frase, cada giro. En últimas, la palabra escrita les dará de comer a estos estudiantes cuando sean profesionales, no importa si se desempeñan como editores de libros, revistas o páginas web, como periodistas o como profesores e investigadores.

Los estudiantes de este último semestre, y los de dos o tres anteriores, nunca pudieron pasar del resumen. No siempre fue así. Desde que empecé mi cátedra, en el 2002, los estudiantes tenían problemas para lograr una síntesis bien hecha, y en su elaboración nos tomábamos un buen tiempo. Pero se lograba avanzar. Lo que siento de tres o cuatro semestres para acá es más apatía y menos curiosidad. Menos proyectos personales de los estudiantes. Menos autonomía. Menos desconfianza. Menos ironía y espíritu crítico.

Debe ser que no advertí cuándo la atención de mis estudiantes pasó de lo trascendente a lo insignificante. El estado de Facebook. "Esos gorditos de más". El mensaje en el Blackberry.

Nunca he sido mamerto ni amargado ni ñoño: a los 20 años, fumaba marihuana como un rastafari y me descerebraba con alcohol cada que podía al lado de mis cuates. Quería ver tetas, e hice cosas de las que ahora no me enorgullezco por tocarlas. Empeñé mucho, mucho tiempo en eso. Pero leía.

No sé. En esos tiempos lo importante, creo, era discutir, especular, quedar picados para buscar después el dato inútil. Interesaba eso: buscar. Estoy por pensar que la curiosidad se esfumó de estos veinteañeros alumnos míos desde el momento en que todo lo comenzó a contestar ya, ahora mismo, el doctor Google.

Es cándido echarle la culpa a la televisión, a Internet, al Nintendo, a los teléfonos inteligentes. A los colegios, que se afanan en el bilingüismo, sin alcanzar un conocimiento básico de la propia lengua. A los padres que querían que sus hijos estuvieran seguros, bien entretenidos en sus casas. Es cándido culpar al "sistema". Pero algo está pasando en la educación básica, algo está pasando en las casas de quienes ahora están por los 20 años o menos.

Mi sobrino le dice a su madre, mi hermana, que él sí lee mucho, en Internet. Lo que debe preguntarse es cómo se lee en Internet. Lo que he visto es que se lee en medio del parloteo de las ventanas abiertas del chat, mientras se va cargando un video en Youtube, siguiendo vínculos. Lo que han perdido los nativos digitales es la capacidad de concentración, de introspección, de silencio. La capacidad de estar solos. Solo en soledad, en silencio, nacen las preguntas, las ideas. Los nativos digitales no conocen la soledad ni la introspección. Tienen 302 seguidores en Twitter. Tienen 643 amigos en Facebook.

Dejo la cátedra porque no me pude comunicar con los nativos digitales. No entiendo sus nuevos intereses, no encontré la manera de mostrarles lo que considero esencial en este hermoso oficio de la edición. Quizá la lectura sea ahora salir al mar de Internet a pescar fragmentos, citas y vínculos. Y en consecuencia, la escritura esté mudando a esas frases sueltas, grises, sin vida, siempre con errores. Por eso, los nuevos párrafos que se están escribiendo parecen zombis. Ya veremos qué pasa dentro de unos pocos años, cuando estos veinteañeros de ahora tengan 30 y estén trabajando en editoriales, en portales y revistas. Por ahora, para mí, ha llegado el momento de retirarme. Al tiempo que sigo con mis cosas, voy a pensar en este asunto, a mirarlo con detenimiento. Pongo el punto final a esta carta de renuncia con un nudo en la garganta.

Camilo Jiménez
Especial para EL TIEMPO

1Jiménez, Camilo. “Profesor renuncia a su cátedra porque sus alumnos no escriben bien” El Tiempo (diciembre 2011): http://www.eltiempo.com/vida-de-hoy/educacion/camilo-jimenez-renuncia-a-catedra-de-comunicacion-social-porque-sus-editores-no-saben-escribir_10906583-4.


El miedo de Francis Macomber (Análisis de La breve vida feliz de Francis Macomber)

El miedo de Francis Macomber
Inicio diciendo que La breve vida feliz de Francis Macomber es catalogada por García Márquez como un cuento consagratorio, uno de sus tres preferidos de Hemingway, el único largo. Gabriel García Márquez prefiere los cuentos no tan populares del autor, ni los muy largos. La breve vida feliz de Francis Macomber es la excepción.

La historia se desarrolla en África, un continente ajeno para el personaje. Lo ajeno va acompañado de una u otra forma por el miedo: el miedo nace junto a lo desconocido; esa es la razón por la cual se le teme a la muerte: la muerte es un enigma, no se sabe qué hay después. Macomber llega con su mujer, muy bella ante los ojos de quien la mire. Van a un safari. Robert Wilson es el guía, un hombre con cara rojiza de nacimiento. El miedo de Macomber viene desde su país, dentro de su mujer: al parecer ya le ha sido infiel.

Queda como un cobarde por huir de la cacería de un león. Sentía miedo del ambiente, de los disparos que diera. Su mujer se decepcionó de él. Le quitaba la mano cuando él intentaba cogérsela. Ella veía con ojos de fanática a Wilson, el que sí pudo acabar con el león, el guía con años de experiencia. Lo besó, y una noche salió de la cama de Macomber hacia la cama de Wilson. Su marido se dio cuenta, le reclamó, y empezó a odiar Wilson. A veces daba la impresión de que preparaba algo en su contra. El miedo de Macomber se deshizo por la furia, por los celos. Se enfrentó a los búfalos, su puntería ayudó mucho. El miedo se diluyó después del engaño: debía demostrarle a su mujer que él no era ningún cobarde. Y disparó a los búfalos. Wilson le dijo que solo lo había ayudado un poco, que gracias a sus disparos (los de Macomber) habían matado a los búfalos. Su mujer lo miraba con orgullo, con perdón.

Pero había quedado un búfalo herido. Esa experiencia ya la habían vivido con el león. Un animal de esos cuando está furioso es mucho más peligroso. Por eso Macomber había huido, pero esta vez no podía hacerlo. Era su orgullo, era su mujer, era la humillación que vendría. Se fueron a buscar el búfalo herido, y lo encontraron. Ya sabían que no podían dispararle en la cabeza, pues los cuernos lo protegerían. El disparo debía ir a la nariz o al pecho. Dispararon, mientras el búfalo se acercaba, la mujer de Macomber decidió disparar con el fusil que había dejado en el carro, tenía miedo de que el búfalo le hiciera daño a su marido, y disparó, pero el tiro llegó a Macomber, quien murió al instante. De seguro había hablado con Wilson, y habían preparado algo. Pero se arrepintió cuando se dio cuenta de que no era tan cobarde como lo suponía. En realidad lo mató sin un plan: por una mala coincidencia del destino: coincidencia que también fue Miedo.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

La Entrega en la poesía de Juana de Ibarbourou (Poemas: Lo que soy para ti, La Hora y Despecho)

La Entrega en la poesía de Juana de Ibarbourou

(Jhon Monsalve)

La Entrega es la cualidad de dejarlo todo en un caso, en un empeño, en una vida. La Entrega se resume por la cantidad de amor que en ella habita. La Entrega es la facultad de mirar que lo que se tiene en verdad no pertenece. La Entrega es llegar a vivir por algo o por alguien, o llegar a morir también. La Entrega es la punta del iceberg de la poesía de Juana de América.

Nacida en Uruguay, hija de hija de esa tierra y de padre español, crece en Melo, y reside por largo tiempo en Montevideo. Recibe en 1929 el título de Juana de América de mano de grandes poetas, en el salón de los Pasos Perdidos, lugar en que también fue velada. Poetisa que dejó una huella inmensa en la Literatura Latinoamericana. Escribió también relatos para niños. Esta mujer representa el sentimiento femenino latinoamericano, la entrega del alma, la Hora de la juventud, la primavera, y el sentimiento “en vano” de la entrega.



LO QUE SOY PARA TI

Cierva,

Que come en tus manos la olorosa hierba.

Can,

Que sigue tus pasos doquiera que van.

Estrella,

Para ti poblada de sol y centella.

Fuente,

Que a tus pies ondula como una serpiente.

Flor,

Que para ti solo da mieles y olor.

Todo eso yo soy para ti,

Mi alma en todas sus formas te di.

Cierva y can, astro y flor,

Agua viva que glisa a tus pies,

Mi alma es

Para ti,

Amor.

[De Lenguas de diamante]



Lo que soy para ti es el primer argumento de la Entrega. Se ve un yo poético que se da a su amante, que se despliega ante él, que se vuelve esclavo, perro faldero, dependiente, ser humillado, recipiente, lágrimas. Un poema que se sintetiza en el título. Lo de cierva se asocia con lo de esclava; lo de can, con perro faldero y fiel; la estrella, con dependencia de luz, para él, para darle lo mejor, para también depender de él. La fuente se asocia con la humillación, pues se cuelga a sus pies como serpiente;  la flor como recipiente de olor, y el agua que se desliza, como las lágrimas. La entrega en este poema es una autoflagelación, es un darlo todo por el ser amado: es olvidarse de sí, para vivir por otro.



LA HORA

Tómame ahora que aún es temprano
y que llevo dalias nuevas en la mano.

Tómame ahora que aún es sombría
esta taciturna cabellera mía.

Ahora que tengo la carne olorosa
y los ojos limpios y la piel de rosa.

Ahora que calza mi planta ligra
la sandalia viva de la primavera.

Ahora que mis labios repica la risa
como una campana sacudida a prisa.

Después..., ¡ah, yo sé
que ya nada de eso más tarde tendré!

Que entonces inútil será tu deseo,
como ofrenda puesta sobre un mausoleo.

¡Tómame ahora que aún es temprano
y que tengo rica de nardos la mano!

Hoy, y no más tarde. Antes que anochezca
y se vuelva mustia la corola fresca.

Hoy, y no mañana. ¡Oh amante! ¿No ves
que la enredadera crecerá ciprés?



La Hora es la Entrega condicionada. El provecho de la juventud, de la primavera. La Hora es la propuesta erótica del provecho de la piel que aún se desea, que está viva. El yo poético se dirige a alguien a quien trata de convencer de que no desperdicie la primavera del presente, su primavera, su cuerpo joven, que se marchitará con los años. La Entrega del yo poético es condicionada por el paso del tiempo.



DESPECHO

¡Ah, qué estoy cansada! Me he reído tanto,
tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto;
tanto, que este rictus que contrae mi boca
es un rastro extraño de mi risa loca.

Tanto, que esta intensa palidez que tengo
(como en los retratos de viejo abolengo)
es por la fatiga de la loca risa
que en todo mi cuerpo su sopor desliza.

¡Ah, qué estoy cansada! Déjame que duerma;
pues, como la angustia, la alegría enferma.
¡Qué rara ocurrencia decir que estoy triste!
¿Cuándo más alegre que ahora me viste?

¡Mentira! No tengo ni dudas, ni celos,
Ni inquietud, ni angustias, ni penas, ni anhelos,
Si brilla en mis ojos la humedad del llanto,
es por el esfuerzo de reírme tanto...



Despecho es la Entrega a la alegría. La obligada entrega a la alegría. El yo poético ríe con esfuerzo para tratar de olvidar. La alegría que lo embarga es una alegría enferma. Despecho es el autoengaño de una felicidad utópica, inexistente, inventada por el dolor del llanto. Despecho es una ironía del amor acabado, es una explicación de lo más evidente, es un argumento de la felicidad muerta que intentan resucitar a la fuerza. Despecho es la Entrega obligada a la alegría: la máscara del que un día entregó todo.

De esta manera, se evidencia la recurrencia de la Entrega en la poesía de Juana de Ibarbourou, la representación de la mujer de América. La entrega del cuerpo, del alma, de la dignidad, de lo que atormenta el amor del yo poético, ya sea un ente humano, como el Hombre, en los dos primeros poemas, o como la Alegría, en el último.

lunes, 12 de diciembre de 2011

El abandono en la poesía de Maybell Lebron

El abandono en la poesía de Maybell Lebron
(Jhon Monsalve)
Maybell Lebron: http://www.los-poetas.com/l/biolebron.htm
El abandono parece ser un estado del alma, un desafiante hecho ante la vida, un olvido momentáneo, tal vez eterno. El abandono es la congoja, es la despedida, es la muerte, es la monotonía, es el sueño. El abandono es la esperanza de que algún día todo se recupere. El abandono es uno de los ejes temáticos de la poesía de la cuentista y poeta paraguaya (aunque nacida en Argentina) Maybell Lebron. La autora, nacida en 1923, es conocida por su poemario Puente a la luz, publicado en 1994, y por su libro de cuentos Memoria sin tiempo, de 1992. El eco del silencio es la antología de cuentos en donde se encuentra Gato de ojos de Azufre, cuento que le dio el Premio Néstor Romero Valdovinos. En el mismo Eco publicó un cuento titulado La despedida, que para el análisis aquí propuesto es el argumento del abandono como muerte. Además de este cuento, se pondrán en relación tres de los poemas de la autora que convergen en el mismo eje temático: El abandono.

CONGOJA

La luz se ha vuelto amarilla
y torna oscura la arena
donde olvidada condena
cumple la pequeña silla.

Bajo el agua que la humilla
su esqueleto claveteado
tirita en el descampado
mientras su dueña se angustia
viéndola transida y mustia
por haberla abandonado.

Congoja es el poema de la metáfora, es tal vez su sinónimo. Congoja es la representación del sentimiento del ser abandonado y del sufrimiento que conlleva. Congoja habla de una silla que personifica la soledad del abandono, el sufrimiento del que queda y la visión del que se va. Una silla que no puede hacer nada, que es inerte, que solo espera a que las olas le hagan el favor de llevársela para no seguir siendo testigo de la visión de su dueña. Este poema presenta una oposición entre el abandono sufrido y el abandono forzado, este último por la dueña, que abandona su silla pero con angustia. Es el mismo hecho que lleva a la mujer de La despedida a dejar a Jorge: es más una obligación, que un deseo: la obligación del deseo de su padre. Mientras la silla se enfrenta a una olvidada condena, la dueña se enfrenta a la angustia del abandono.


Sin jamás habernos visto
nos reconocimos;
y nuestras huellas fueron parejas,
y nuestras sangres forjaron hijos,
lloramos juntos nuestras tristezas,
juntos supimos de soles limpios,
y hoy,
sentados frente a frente,
nos miramos,
sin saber qué decirnos.
El abandono duele más cuando es consciente: Esta es tal vez una de las consignas en la poesía y en la narrativa de Maybell Lebron. En el poema Sin Jamás Habernos Visto, se evidencia el dolor del abandono consciente, producto de la monotonía y de los años. En este poema el abandono es del pasado, de lo que fue y no pudo ser, de lo pronto que las cosas pasaron. El abandono de una vida, de una historia, que se deja atrás por no haberla sabido vivir con paciencia. El abandono del pasado por culpa del tiempo que ya pasó (porque pudieron haberlo aprovechado) y que no dejaron pasar (pues se apresuraron). Sin Jamás Habernos Visto es el poema de la monotonía y de las cosas que junto a ella se abandonan. Y queda la pregunta: sin vernos, ¿qué tanto nos reconocimos?

SUEÑO

Descubro
tu leve carcajada
en las alas inquietas
de algún gorrión sin miedo.

Escucho
el ruido de tus pasos
en las hojas que caen,
desprendidas, al suelo.

Añoro
tu traviesa sonrisa
en cándidos jazmines
con aroma de pueblo.

El cielo se ha puesto azul,
empapado de viento:
sueño
que has vuelto.

El abandono desde la perspectiva de quien queda. El abandono desde los ojos de quien sufre y espera: eso es Sueño, este poema. El yo poético (para mí femenino, aunque nada lo diga) añora, desea, anhela que su amor vuelva. Las pisadas falsas, los ruidos sordos, los recuerdos borrosos, le recuerdan (o le mienten) que está por llegar aquel que se fue. Descubre, añora y escucha a su amado que vuelve, aquel que la abandonó, aquel que es inexistente. La mujer de La despedida ve a Jorge frente a la iglesia. Hay dos hechos claves: la muerte de su padre y la muerte del compromiso con Gustavo. Jorge la mira entrar a la iglesia, y ella sabe que el abandono lo carcome y que posiblemente será consciente de la decisión de ella, y quedará como silla abandonada junto al mar, mientras ve a ella marchar hacia el horizonte, mientras queda él soñando con que algún día regresará.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Resumen de Sin Remedio, de Antonio Caballero.

Resumen de Sin Remedio, de Antonio Caballero.
Jhon Monsalve
Portada

I

Es el cumpleaños de Ignacio Escobar. Cumple 31 años y nadie se acuerda. Ni siquiera Fina, su pareja, ni su madre. Ignacio divaga en el concepto de muerte, la ansía, la quiere desesperadamente. Él es poeta como Rimbaud, que a su edad ya había muerto, según ciertas cuentas que hace. Pero también por las mismas cuentas le quedan 7 años de vida, que son muchos. Fina le pide un hijo, y él se niega porque lo ve innecesario y problemático. Ella se enoja, se encierra en el baño, y él decide salir de su casa a buscar el ajiaco que tanto le gusta, en manos de Fina. Camina por las calles de Bogotá, y observa: no hay peatones; solo automóviles. Entra a un prostíbulo, no va en busca de mujeres, solo de comida. Sale. Y en un lugar donde cantan y bailan tango  solo halla cosas frías y sin gusto para él. Se tienta de volver a casa. Pero fue a parar en fin a un bar llamado Oasis. Vio a una mujer con mirada triste, y pensaba conquistarla cuando se acercó uno de los hombres poetas de una mesa. Lo invitaron a una tertulia poética; él aceptó. Entre poemas y disertaciones pasaron las horas, y la joven de 17 años aún sola y triste. Edén, uno de los poetas, lo había oído hablar en el baño cuando decía Mi amor de muchos modos, como preparando la conquista. Cuando Ignacio fue a orinar, Edén lo siguió, le tomó el pelo con lo de Mi amor, le cogió el pene e intentó masturbarlo. Ignacio Escobar no se dejó, y terminó golpeándolo de tal modo que pensó que lo había matado. Salió asustado. Cogió del brazo a Cecilia, la joven de mirada triste, ella lo llevó a su departamento, y aunque metieron cocaína y perico, a él no se le paró; ella, al fin, se durmió. Al otro día, después de un soneto escrito por Escobar, cuando ya estaba erecto, ella se le levantó, le cobró 2500 pesos; él tenía solo 1800, y lo echó con insultos como a un perro.


II

Bogotá le parecía horrible a Escobar. Recordaba a Cecilia con algo de rencor. Fina no aparecía por ninguna parte, se sentía algo libre pero también solo. Se daba cuenta de que Fina tenía todo ordenado y a tiempo. Pensó que la libertad más bien consistía en tener una sirvienta en casa. Su madre lo llamó para informarle que esa noche se celebraría el aniversario de Focioncito, un hermano, que murió cuando él tenía cinco años: lo injusto era que su madre se acordaba solo del día de muerto y de las fechas importantes de Focioncito, y no de las suyas. Esa noche se reuniría la familia para recordar su muerte. Debía ir porque necesitaba dinero; su mamá se lo daría. Sin embargo, no llegó a la reunión porque veía, como persiguiéndolo, a Edén, el hombre que tal vez mató en Oasis. Debía contarle todo a  alguien, pero como Fina no estaba, decidió ir a casa de Federico, el marido de Ana María, una mujer embarazada amiga de Fina, con la que había hablado en la tarde y quien le había reprochado no haberse preocupado por la salud o el bienestar de Fina. Él solo pensaba que Fina debió preocuparse también por él y no solo porque él se preocupara o no por ella. Total, parece ser que en casa de Federico no encontró confidente: Ana María hablaba con Beatriz, la bobita, sobre los futuros hijos y sus nombres, mientras Federico jugaba ajedrez con uno de sus amigos: Diego León Mantilla.

Hablaron de los compromisos y del arte. De cómo Federico, marido de Ana María, al principio pintaba con más esmero, sin atarse a ningún modelo, y que ahora el compromiso le quitó lo artístico, el hecho de que le paguen por lo que hace rompe el sentido de arte. Hablaron del marxismo, de las clases sociales, de la situación del país, mientras consumían droga, traída por Ángela, la hermana menor de Ana María, y por su marido, un hombre muy moderno en el hablar. Escobar confesó que había matado a un hombre, pero nadie le creyó. Quedó impactado, por otro lado, con la belleza de Ángela y no pudo concebir que el marido fuera aquel vago. Ana María tenía un hijo que se llamaba Mateo y estaba esperando otro.
III

Pesándole la ausencia de Fina, llegó Hena (luego Henna) a la vida de Ignacio Escobar. Hena era la profesora de ballet de Fina. Ya en otra ocasión había conocido a Ignacio, y habían coqueteado. Ella entró, él la sedujo, hicieron una, dos, tres veces el amor. Y aun cuando él estaba fatigado y sin ansia sexual alguna, ella quería más y más. Hena puso dos enes a su nombre en varios mensajes que dejó regados por toda la casa, diciendo que lo amaba. Al otro día llegó con dos maletas para quedarse a vivir con él.

La idea no le gustó a Ignacio, y desde el momento en que llegó hasta el día en que se fue le sugería sutilmente que se marchara, que lo dejara solo, que ella no era Fina, que no se sentía bien con ella. Entre divagaciones sobre la Bogotá de hoy (años 80), sobre su decadentismo, vivía el ansia de que Henna, una mujer para montar como caballo, se fuera de su casa y lo dejara a la espera del regreso de Fina.
Al fin ella se fue, después de que la mamá de Ignacio lo llamó a contarle que en días pasados había hablado con Fina: bueno en realidad habló con Henna, que se hizo pasar por Fina. El caso es que Henna le contó a doña Leonor que estaba planeando tener un hijo con Ignacio. Ignacio se enojó, pero también aprovechó la ocasión para mentir que su madre veía mal el concubinato, y que lo mejor era que ella se regresara a Cali, de donde era.

Antes de irse, la señora Niño, una vecina de arriba, miró a Ignacio que salía con una mujer distinta Fina. A ella le dijo Puta y la escupió, y a él lo llamó comunista y canalla.

IV

Ignacio, ya sin Henna, decide ir a pedirle dinero  su madre. Al llegar a su casa (de ella) se encuentra con el padre Jaramillo, con  Ernestico Espinosa (el dentista) y con Ricardito Patiño, uno de los enamorados de doña Leonor en su juventud. Conversan del noviazgo con Fina, de la poesía, de la vida de antaño, y Escobar se entera de que su madre fue una cualquiera, que se iba con uno y con otro: sobre todo, con polistas argentinos. Es eso lo que lo lleva a llamar Puta, al final, a su madre.

En la conversación sobre poesía, Ricardito recita uno de sus poemas dedicados a doña Leonor. Lo recita en tres lenguas distintas, y agrega que a ella le gustaba ante todo la versión francesa.

De un momento a otro, llega toda la familia: tíos, primos, sobrinos…, y Escobar se siente mal, indispuesto, con ganas de irse, pero también sabe que necesita el dinero y que no puede marcharse antes de que su mamá se lo dé.

Entre juegos de niños, entre lloriqueos, pasa la reunión. El dentista, Ernestico, coqueteaba con una de las primas de Ignacio, mientras este se fijaba en la belleza de una de sus familiares que estaba embarazada. Hablaron del comunismo, de que los políticos eran de apellido turco, de que no había ni uno bueno, de que Colombia no puede ser nunca un país socialista pues lo socialistas son ateos, y que Colombia es un país muy cristiano.

Delante de Foncio, uno de sus familiares mayores, Ignacio le pide dinero a su madre. Foncio, al escucharlo, lo regaña y se exalta de tal modo que tuvieron que llevarlo a la cama para que reposara. Foncio tenía un enfisema en la pierna y casi no podía caminar.

Ignacio Escobar salió insultando para sus adentros a todo el mundo, incluso a su madre, a la que trató de puta. De nuevo solo, ante la vida, ante lo incierto, con 20000 pesos que le dio su madre.









V
Ignacio Escobar sale de la casa de su madre rumbo a casa de Federico y Ana maría. Se encuentra con que ella está muy mal a causa de la fiebre de Mario, el bebé. Federico ni la determina. Mientras tanto, Ángelica, que se había separado de Richi o Pichi y que se había ido a vivir a casa de Federico, cuida con paciencia y a ratos al bebé. Ángela sale esa noche, Ignacio se pregunta el sitio, Ana María no se deja consolar, dice que la vida es una mierda. Y discute con Ignacio sobre lo machista de los hombres y de cómo ellos no piensan en el sufrimiento femenino. Por esa razón, ella argumenta, fue que Ignacio dejó a Fina. Hablan de Ángela pues Ignacio le confiesa que le gustaría acostarse con ella. Y Ana María le recalca que esa actitud es la que hace que Fina no regrese con él.
Federico le propone a Ignacio un trabajo, que consiste en la creación de poemas por encargo. Ignacio acepta, y después de un viaje por la sucia Bogotá, llegan al lugar de los ricos, donde encuentran un trío de ideas nuevas y de ilusiones con respecto al cambio del país. Hablan del modo de salvar a Colombia, de la Oligarquía y del Imperialismo, mientras que, a la vez, Ignacio combate en que las ideas de Mao se deben entender en contexto, y que la pregunta para el momento sería: cómo es la situación de Colombia, y a partir de ahí, empezar a actuar. Ellos no estuvieron muy de acuerdo; sin embargo, dejaron que pensara la propuesta, que consistía en empezar a crear poemas como los que él creaba, poemas para el pueblo, para que entendiera la ideología  marxista-leninista. Se fue junto a Federico, llegaron a su casa, encontró una nota de Henna, que había regresado a buscarlo, la arrugó, ingirió cocaína con Federico y hablaron del negocio: parecía que también tocaba secuestrar para que la rebelión se sintiera. En casa de Ignacio, la conversación pasó entre argumentos Maoístas por parte de Federico, y realistas, por decirlo de alguna manera, por parte de Escobar, que decía que quería el cambo del país pero sin intrometerse y sin seguir los caminos del trío y de Federico. Concluyó que de la misma forma como a Federico no le interesaba hablar de Dios, así mismo, él no quería inminscuirse en asuntos revolucionarios.

VI
Ignacio se levantó, y estaba enfermo. Los tragos de la noche anterior le hicieron daño. Recordó que combinó de todo. La señora Niño, del piso de arriba, golpeaba su piso, el mismo techo de Ignacio, y este se enfurecía. Se enfureció muchas veces, fue incluso a patear la puerta. Los golpes lo seguían por toda la habitación. Estaba desesperado. La llamaba Vieja de mierda. Fumaba las colillas de días atrás, tomaba los últimos sorbos de trago, que eran muchos, sin embargo. Se acordó de que tenía un compromiso: el de escribir un poema. Y empezó, y no terminó. Los golpes del techo, ya rebatidos por su escoba, y vencidos, no lo dejaron, lo distraían, lo atormentaban.
Ignacio salió a las calles de Bogotá a comer algo, y se dio cuenta de que salir, enfrentarse con la realidad, era lo que le faltaba. Recordaba al trío: a Hermes, a Zoraida y a Douglas, y analizaba que sus nombres no coincidían de a mucho con los del proletariado. Llegó a su casa, se puso sobre la cabeza una toalla, y empezó a escribir. Intentaba, analizaba lo que escribía, y luego decidía. Nada le servía, aunque fueran poemas muy bien hechos. Trataba, ante todo, de hablar mal de Bogotá. De rescatar, su suciedad, su estratificación, su discriminación para con los pobres.
VII








Ana maría llegó a casa de Escobar. Estaba llorando. Al parecer la policía, o el ejército, había capturado a Federico. Fue a pedirle ayuda a él, pues su tío Foncio tenía algunos contactos. Fue hasta la casa de su madre, allí lo encontró junto a su hija Patricia. Le pidió el favor, él lo evadía a ratos, mientras tanto hablaba con Patricia de él (de su padre), de su comportamiento (de ella), de lo revolucionario. Estaba cuadrada con un tal Jefferson, que vivía en el barrio Kénnedy.
Foncio le prometió que iba a hacer todo lo posible para que Federico saliera de la cárcel, pero le advirtió que todo no dependía de él: hay que ver qué hizo Federico. Patricia insistió en que iba a dar una vuelta, tenía la excusa de que Escobar la iba a acompañar. Y se fueron para su casa. Hablaron de la revolución, de su sentido. Hablaron de Jefferson que, según Ignacio Escobar, conquistaba a todas las chicas con el tema de la revolución para luego llevárselas a la cama.
Entre música de Vivaldi, poemas de Ignacio y recitación del Cantar de los Cantares, vivieron un momento de lujuria mientras hacían espaguetis. No hicieron nada, aunque estuvieron casi desnudos, pus ella no dejó avanzar la situación. Se fue tras un insulto respondido de la señora Niño. Se despidieron con varios besos en la boca.

VIII
Ignacio se levanta de su cama y siente pereza de ir a llamar a Ana María para averiguar qué pasó con Federico. Se baña, se viste, sigue con pereza de salir, y tocan inesperadamente la puerta. Para su sorpresa, era Ángela, con su perro, Lucas. Llegó porque quería acompañar a Federico y a Ana en la celebración de su liberación. El tío Foncio, en fin, sí lo había ayudado.
Hizo pasar a Ángela, la comparó con Lilith, la primera mujer de Adán, que según él, tenía la sonrisa malvada de ella. Él le ofreció un trago, ella pidió uno que no tenía y que además era carísimo. Salieron a comprarlo: se llamaba Cointreau. En el camino muchos hombres alababan la belleza de Ángela, que confesó que era modelo.
Llegaron a la casa y encontraron una nota de Federico y de Ana María: que lo esperaban en casa para celebrar y que Ángela lo quería ver. Sintió que había ganado un punto a su favor. Ella negó la afirmación de su hermana Ana.
Fumaron marihuana, bebieron vino y acompañados de Guárdame las vacas, considerada una canción erótica, Ignacio besó la boca de Ángela y casi hacen el amor. Ella rehuyó tomando como excusa algo que era necesario: sacar al perro a orinar. Pero para eso, decía, era necesario irse para su casa pues el perro debía ser ordeñado para que pudiera hacer pipí. Ordeñarlo no era fácil en la calle pues la gente pensaría mal. Entonces, Ignacio propuso la terraza, y cuando el perro ya terminaba su necesidad, la señora Niño llegó insultando a Ignacio, lo golpeó después, y le gritó Modelo y Puta a Ángela. De no ser por Lucas, el perro, la habría golpeado también. Salieron de ahí, y Ángela no volvió al apartamento.
Decidieron ir a comer camarones y langosta, y cuando llegaron al restaurante, se chocaron con Henna, que iba en compañía de unos amigos de la familia de Ignacio. Alcanzaron a llamarlo, él huyó. Ya sentados, ella le confesó que había dejado a Richi porque sentía que se estaba volviendo frígida, que pensaba a veces que simplemente se masturbaba dentro suyo, pero que sabía muy bien que no lo era porque había sentido muchas cosas con una pintora polaca, con la que mantuvo una especie de relación sexual: con la que bailó desnuda música clásica, mientras tenían como proyecto una pintura. Salieron del restaurante rumbo a una discoteca.

IX

Y fueron a la discoteca. Mucho humo, mucha música. Y las casualidades empiezan: se encontró a Patricia, y coqueteó con ella, sin importar que estuviese Ángela. Patricia iba con su novio, Jefferson. Escobar habló por teléfono con su tío Foncio sobre el favor que le hizo, pero no le dijo nada sobre Patricia. Al salir de la discoteca, Ángela pidió a Escobar que la llevara a conocer Bogotá, el lado no visto.

Y la llevó, después de resistirse un poco, pero siempre terminaba cediendo. La llevó a un burdel, donde conoció al coronel Aureliano Buendía, un alto mando del Ejército Nacional. Todos le temían, le guardaban respeto. Allí se encontró con Cecilia, que bailaba eróticamente para el lugar. Conoció a una francesa de tetas grandes: se estaba rodeando, y Ángela también, de la parte oculta de la ciudad.

Pasó algo: Ángela tuvo que ceder a las invitaciones y manoseos de Buendía, ya que la pistola que llevaba en la cintura la intimidaba un poco. Todos rendían pleitesía al coronel: todos le temían. Para escapar de sus ojos, aprovecharon un momento en que se puso a recitar poesía de García Lorca y de Bécquer, entre otros poetas, intercalándose con su guardaespaldas. De no ser así, no los habría dejado salir del lugar, pues quedó encantado con la belleza de Ángela.

Huyeron y se llevaron a Patricia. Ella, drogada, rogó que no la dejaran con esa gente. Se subieron al carro, donde muy juiciosamente esperaba el perro, Lucas, a su ama. Subieron a Patricia, que se desmayó pronto, y se dirigían directo a sus casas, cuando Ángela vio un lindo lugar, que le llamó la atención por su nombre. Entraron diciendo que eran amigos de Buendía, y cayeron en una especie de jaula. Alquilaron una pieza horrible. A Patricia la dejaron en compañía de Lucas. Casi hacen el amor, pero por petición de la misma Ángela, que no se sentía bien, decidieron irse. Por un buen rato dio la impresión de que estaban en un laberinto. No encontraban la salida. Pero al fin encontraron la otra sorpresa de la noche: el padre Jaramillo teniendo una relación amorosa con el que atendía el lugar. Hallaron la salida, pero cuando iban saliendo, iba entrando el coronel Buendía: se escondieron muy asustados. Oyeron decirle que se iba a vengar del par que se había burlado de él esa noche. Que encontraría a Betty, así le dijo Ángela que ella se llamaba, y a Escobar, el comunista.

Salieron. Llegaron al apartamento de Escobar, y entre seducción y seducción, plan propuesto por Patricia, empezaban a hacer un trío, pero llegó Fina, y lloró, y sacó a las dos amantes, y antes de irse ella también, le confesó a Escobar que aunque ahora él tuviera ganas de tener un hijo, como se lo dijo en ese momento de desesperación y con ansia de recuperarla, ella ya no lo tendría: pues si se había ido tres meses para Cali había sido por una sola razón: se fue a abortar.

X

Ignacio no sabía qué hacer: por su culpa había perdido a Fina y Fina había abortado. No quería levantarse, no quería hacer nada. Tocaron  a la puerta, y era Henna, que insistía hablar con él. Él no quiso. Ella, sin embargo, le dejó una carta de seis pliegos en la que decía que pronto se casaría con Ernestico Espinosa, y que pensaba que él, Ignacio, era un hombre egoísta.

Salió a comer algo y a pensar en cómo recuperar a Fina. Fue hasta el sur de Bogotá y se emborrachó. Llegó a su casa y vio que todo estaba en orden como si Fina hubiese ido y hubiese limpiado. Trajo un ramo de flores para ella, pero cuando llegó no había nadie, sin embargo, todo seguía limpio.

Estaba desesperado. Fue a buscar a Federico, tal vez él sabía algo o en algo lo podría ayudar. Federico, dijo Berenice, se había ido al hospital porque Ana María estaba por tener el niño. No supo qué hacer. Se sentía destruido: sin salida. La situación parecía sin remedio. Llamó a su madre, le dijo que la quería, que esta noche iría a su casa, pero ella le dijo que no, que otro día, cuando no hubiera tanta gente, y él dijo que no importaba, y su mamá lo ignoró. Ahora hasta su madre. Faltaba Ángela, y al llegar a la casa, después de ver la triste situación del sur bogotano, no encontró nada, ni un mueble, ni un cepillo, ni un objeto. Todo se lo había llevado. Solo quedaba una cosa: una nota de Ángela: Ignacio, no me quiera porque yo tampoco lo quiero.

XI




Circuncisión era la sirvienta de una de las señoras del edificio en que vivía Ignacio. Circuncisión le dio de comer, estaba pendiente de su ánimo, y buscaba consolarlo y consolarse en la noche. Si no hubiese sido por ella tal vez habría muerto. Le pidió también un cuaderno o una libreta. Ella le hizo el favor, y en el cuaderno empezó a escribir un poema, y gran poema, en el que trataba temas, al principio de carácter abstracto, sobre el movimiento, sobre los sentidos, sobre la vida y sobre la muerte. Le dieron una carta de Federico que leyó solo después de un tiempo.
Salió a la calle a buscar su poema en la realidad, miró mucha gente, un policía le pidió que circulara. Había pancartas apoyando a López, otras, a Gómez. Liberales y conservadores. Entre un bando y otro, vio y habló con algunos de su familiares: con patricia, con Beatriz… Y junto al trío de aquella vez, al que lo llevó Federico, se encontraba Morán Marín, el hombre que, pensó, había asesinado en el bar aquel.
En las calles además se veían ciertos grupos de izquierda con ideas maoístas, marxistas-leninistas. Jefferson, el novio de Patricia, la hija de Foción, se paró a gritar arengas sobre el asunto, y de un momento a otro, empezaron lo disparos, los heridos, y ahí sí cayó muerto Morán Marín. Ignacio se manchó de sangre.
La carta de Federico hablaba del secuestro de su tío Foción y de que lo necesitarían a él para cuestiones financieras. Federico, junto a un séquito de personas que pensaban igual que él, se había ido a una montaña a tratar de arreglar el país. Había dejado a su esposa en el hospital, pues según él debían dejar todo para lograr un cambio verdadero. Ahora Ignacio se dirigía a la iglesia a la que su tío había ido ese día  a esas horas. Clemencia, la esposa de Foción, le dio la información. Cuando llegó al lugar, Avellaneda, el chofer, estaba muerto, y ya se había llevado al tío Foción. Los testigos afirmaron que gente en unas motos y con unas grandes metralletas habían causado el incidente. Junto a Foción iba la puta francesa de la otra vez.
Antes de irse para su casa, Ignacio, tomado como testigo y con sangre en la camisa, fue interrogado. Se salvó porque mintió que era amigo del coronel Aureliano Buendía.





XII

Patricia estaba esperando a Escobar en su casa. Ella se quejó porque la señora Niño la había llamado Puta, como su papá también lo había hecho por andar enamorada de Jefferson. Fue a pedirle que hablara con su padre para que sacara de la cárcel a su novio, tal como lo había hecho con Federico. Él no le contó nada de lo vivido, de lo visto, y le dijo que la ayudaría. Al bajar a la calle, la señora Niño le gritó nuevamente puta, y ella le contestó con lo mismo, y enojó tanto a la señora Niño que se cayó por la ventana y se mató. Patricia se sintió culpable, Ignacio también un poco.

La acompañó hasta su casa sin contarle nada, y cuando llegaron había policía por todos lados. Ella pensó que se debía a que el candidato López había ganado, y pidió a Escobar que se quedara y que entrara después para que Foción, su padre, no pensara que ella le había pedido el favor a Ignacio de convencerlo de que sacara de la cárcel a Jefferson. Pero él se llenó de miedo y salió corriendo, directo a su casa. Circuncisión le avisó que la policía lo buscaba por ser sospechoso del asesinato de la señora Niño y que un hombre de ruana, Hermes (del nuevo movimiento de Federico), lo buscaba también. Él huyó, salió corriendo. Vio policía rondando su casa. Y de la lluvia se protegió bajo un árbol. Un carro lo empapó, él gritó Hijueputa, el otro contestó lo mismo. Iban a pelear cuando se dieron cuenta de que se conocían: era Robertico, uno de sus primos. Iba con unos amigos y con su esposa.

Ya en la casa, junto a una chimenea, vieron las noticias, se enteraron de que Foción había sido secuestrado, se dieron cuenta de que era tío de Ignacio. Escobar estaba pálido, y más aún cuando mostraron su rostro, su retrato hablado. Todos lo burlaron, amenazaron, en broma, con entregarlo.

Narciso, un amigo de uno de sus amigos, llevaba mucha cocaína. Se drogaron, se emborracharon en ley seca. Robertico terminó insultando a Narciso, y llamándolo marica. Escobar y los demás intercedieron por él. Al fin se durmieron. Ignacio temía los sucesos del otro día.


XIII

Amaneció, y tenían pendiente un almuerzo fuera de Bogotá pero cerca. Fueron todos menos Narciso, que aún en la mañana ofrecía coca. Vieron el paisaje bogotano, los prados, el pasto, las vacas. Y llegaron al lugar. Allí Escobar se rencontró con su familia. Estaba Lucía, su marido y, entre otros, algunos conocidos de doña Leonor. Vio el  periódico, se dio cuenta de que Foción había muerto, de que todo el mundo, todos lo familiares, empresas y gobierno invitaban a la comunidad al velorio y al entierro. También leyó que habían capturado a los asesinos de la señora Niño: Hermes y Circuncisión.

Escobar no sabía qué hacer, para dónde irse. La única alternativa por el momento era quedarse ahí con los suyos. Vio su foto en el periódico, palideció. Transcurrió la fiesta en la búsqueda de Ángela, la bella Ángela, que había traído a su perro. La vio irse, al fin, en un caballo con un hombre con el que había estado hablando en la fiesta.

Fue al baño. Estaba Lucía embarazada dentro. Salió, y Escobar la invitó con un leve empujón a seguir allí porque le iba a dar un regalo. Le ofreció coca, ella no aceptó. Lo invitó al entierro, y se le escapó la confesión: que si iba, sería encarcelado. Ella vio como poco posible lo que oía, y trató de salir, y él no la dejó. Afuera oía ruidos su marido. La puerta de un momento a otro se abrió sola, y el marido le pegó a Lucía embarazada, y Escobar la defendió. Se golpearon tanto que Escobar terminó con un fuerte dolor de brazo y con la cara rota.
XIV

Se despertó en cama ajena junto a Ángela. Se acordó de la fiesta, de la pelea, de la búsqueda, de su retrato. Besó a Ángela. No sabía si habían hecho el amor. Ángela, muy cariñosa, le explicó que le habían dicho que podía pasar la noche en ese cuarto, pero que ignoraba que hubiese alguien en él.

Se besaron, salieron al campo de la sabana, hicieron el amor, una vez, dos veces. La familia había pensado que Ignacio había ido al entierro de Foción. Luego, con el dueño de la casa decidieron ir a una corrida de toros en Zipaquirá. Fueron los tres. Allí apareció un amigo belga del anfitrión junto a Gracielá, una amiga. Vieron cómo el toro se resistía a morir, vieron cómo aguantaba, cómo soportaba los golpes, hubo guerra entre el toro y el Hombre.

Ángela se desapareció. La vio subirse al carro del mismo hombre que se la había llevado a caballo el día anterior. Fue a impedir que huyera, pero ya, un hombre con chaleco, el mismo con el que había peleado, le señalaba a la policía y al ejército que él era al que estaban buscando.

Escobar quiso golpear al hombre de chaleco, el coronel Buendía le advirtió que si se movía, dispararía. Escobar no oyó, y le dispararon, y murió. El de chaleco le dio un par de patadas. Escobar murió. El poeta murió.